Es una carta de amor
Que se lleva el viento pintado en mi voz
a ninguna parte a ningún buzón
“Lucía” de Joan Manuel Serrat
Que se lleva el viento pintado en mi voz
a ninguna parte a ningún buzón
“Lucía” de Joan Manuel Serrat
Antes de apresurarnos y decir que la película Aunque tú no lo sepas retrata una historia de amor, tal vez habría que recapitular y decir que más bien trata de la historia de los deseos: frustrados, encontrados, perdidos, amaestrados, figurados, pero sobre todo tenazmente sostenidos. Ya Walter Benjamin, en su crítica a la modernidad, nos hacía recuerdo que la experiencia está constituida por los horizontes que el deseo es capaz de trazar en el camino de una vida. Justamente Juan Vicente nos ofrece una muestra de esta tensión del deseo y de la necesidad de volver a replantearnos valores tan sencillos que de resultar tan obvios ahora nos parecen prescindibles.
Aunque tú no lo sepas es la obra prima del director Juan Vicente Córdoba, basada en el cuento de Almudena Grandes “El vocabulario de los balcones”. En el film se nos pone en escena la historia entre Lucía y Juan, vecinos de cuadra, en dos tiempos: el primero, el de la juventud de ambos y el primer encuentro; el segundo, el reencuentro veinte años después en el mismo escenario y la resolución de un primer momento. Puesto que el cine, punto de encuentro privilegiado de diversos registros, está compuesto de infinidad de gestos, ahora se intentará dar cuenta de algunos de los más importantes en la composición de la película y en el entramado de la historia que se nos quiere contar.
Un aspecto principal que resulta muy interesante es el juego que se hace entre los dos tiempos de la historia. Es decir, tenemos en primer lugar el escenario de la adolescencia de Lucía y Juan, a principios de la década de los setenta. En general, se trata de una España convulsionada por diversos problemas sociales y, obviamente, inserta en un momento de cambio de paradigmas muy álgido. Así pues somos testigos, por ejemplo, de los enfrentamientos estudiantiles a través del hermano de Juan que resulta preso en un punto muy tensionado de la historia pues justamente es cuando se da el último desencuentro entre Lucía y Juan, la pareja de la película. También se nos retrata con mucha insistencia el asunto de la nueva ola de formas culturales que invade España: tenemos a un personaje, que lo conoceremos como Juan, cuyos diversos intereses estarán muy claramente –tal vez demasiado claramente– apuntados en las paredes de su habitación; siguiendo ciertos epítetos de la época podríamos decir que Juan es retratado como el estereotipo (cosa que puede incomodar) de lo que en España se conoce como “macarro” (epíteto muy cercano al adjetivo de “hippie”).
En la historia de la familia de Juan también se vive un momento clave: Juan es el único que tiene la oportunidad de estudiar una carrera universitaria ¿Y qué con Lucía? Pues en este primer momento ella resulta más bien un personaje secundario en el sentido de que su único papel es el de ser el objeto de la contemplación de Juan. El voyerismo será un tema que traspasará toda la película: hasta el último momento la relación entre Juan y Lucía supondrá básicamente los dos puestos de observatorio que corresponden a las ventanas de los edificios que los encuentran frente a frente, en un ejercicio de contemplación y admiración reiterativo. Recordemos que el cuento en el que está basada la película se llama “El vocabulario de los balcones”. Justamente al respecto, si nos animamos a ver el “making of” de la película se nos hará saber que los actores tuvieron un fuerte entrenamiento en el lenguaje corporal. Gran parte de la expresividad y de la tensión que sostiene la historia de dicho film está sostenida sobre esta capacidad de expresar las ideas mediantes la gestualidad y sobre todo las miradas. Realmente todo lo que podríamos saber de los sentimientos de Lucía y Juan apenas pueden ser intuidos por el muy interesante juego de miradas y, por lo tanto, de ocultamiento y desvelamiento sobre el que se sostiene la historia de la película.
Mucho más adelante, ya en los años noventas, se produce el reencuentro de Lucía y Juan. Obviamente los contextos han cambiado y la diferencia radica especialmente en Las historias personales de Lucía y Juan. Ahora ambos ya son profesionales asalariados y viven solos en los mismos espacios en los que antes habrían habitado con sus respectivas familias. Resulta muy emotivo el énfasis que se hace sobre la cuestión de la melancolía; por ejemplo, con el uso reiterado de la canción “Lucía” de Joan Manuel Serrat que funciona como eje principal entre los significados de cada tiempo. Si la primera temporalidad de la película resultaba un momento fundacional, la segunda está sobre todo recargada de una constante vuelta al pasado o necesidad de recapitular. Esto se hace aun mucho más efectivo por la constante comparación entre elementos del pasado que permanecen aún vigentes en el presente de la historia.
Así pues, Aunque tú no los sepas es una película aparentemente disfrazada de historia de amor que, sin embargo, nos inunda de otros sentidos: el paso corrosivo del tiempo y la formación de una experiencia maltrecha, tal como lo retratan las arrugas de Lucía y la constante melancolía de Juan; en un sentido narrativo podríamos abstraernos pues de todos los otros detalles y quedarnos con estas dos imágenes que puestas una frente a la otra crean toda la tensión necesaria que se supone que tendría que tener toda gran historia.
Si ya es complejo lograr que una historia en el cine sea mínimamente loable en tan sólo un tiempo narrativo, el gran mérito de Aunque tú no lo sepas de Juan Vicente Córdoba es que consigue manejarse de manera muy fluida y coherente entre dos tiempos distintos y entre los variadísimos elementos que deben corresponderse entre ambos tiempos. Ésta manera de plantearse la experiencia cinematográfica significa para el espectador un constante manejo de tensiones y de contrastes entre ambos tiempos; podríamos arriesgarnos a decir incluso que la enorme carga dramática de este film le sobreviene justamente de este simple planteamiento entre el constante cambio entre las escenas del pasado y las del presente narrativo. Tal vez la última escena no corrobore del todo lo mantenido en esta reseña pero aquello ya será de la opinión del espectador y al que escribe esto ya no le interesará la responsabilidad por sus errores.
Aunque tú no lo sepas es la obra prima del director Juan Vicente Córdoba, basada en el cuento de Almudena Grandes “El vocabulario de los balcones”. En el film se nos pone en escena la historia entre Lucía y Juan, vecinos de cuadra, en dos tiempos: el primero, el de la juventud de ambos y el primer encuentro; el segundo, el reencuentro veinte años después en el mismo escenario y la resolución de un primer momento. Puesto que el cine, punto de encuentro privilegiado de diversos registros, está compuesto de infinidad de gestos, ahora se intentará dar cuenta de algunos de los más importantes en la composición de la película y en el entramado de la historia que se nos quiere contar.
Un aspecto principal que resulta muy interesante es el juego que se hace entre los dos tiempos de la historia. Es decir, tenemos en primer lugar el escenario de la adolescencia de Lucía y Juan, a principios de la década de los setenta. En general, se trata de una España convulsionada por diversos problemas sociales y, obviamente, inserta en un momento de cambio de paradigmas muy álgido. Así pues somos testigos, por ejemplo, de los enfrentamientos estudiantiles a través del hermano de Juan que resulta preso en un punto muy tensionado de la historia pues justamente es cuando se da el último desencuentro entre Lucía y Juan, la pareja de la película. También se nos retrata con mucha insistencia el asunto de la nueva ola de formas culturales que invade España: tenemos a un personaje, que lo conoceremos como Juan, cuyos diversos intereses estarán muy claramente –tal vez demasiado claramente– apuntados en las paredes de su habitación; siguiendo ciertos epítetos de la época podríamos decir que Juan es retratado como el estereotipo (cosa que puede incomodar) de lo que en España se conoce como “macarro” (epíteto muy cercano al adjetivo de “hippie”).
En la historia de la familia de Juan también se vive un momento clave: Juan es el único que tiene la oportunidad de estudiar una carrera universitaria ¿Y qué con Lucía? Pues en este primer momento ella resulta más bien un personaje secundario en el sentido de que su único papel es el de ser el objeto de la contemplación de Juan. El voyerismo será un tema que traspasará toda la película: hasta el último momento la relación entre Juan y Lucía supondrá básicamente los dos puestos de observatorio que corresponden a las ventanas de los edificios que los encuentran frente a frente, en un ejercicio de contemplación y admiración reiterativo. Recordemos que el cuento en el que está basada la película se llama “El vocabulario de los balcones”. Justamente al respecto, si nos animamos a ver el “making of” de la película se nos hará saber que los actores tuvieron un fuerte entrenamiento en el lenguaje corporal. Gran parte de la expresividad y de la tensión que sostiene la historia de dicho film está sostenida sobre esta capacidad de expresar las ideas mediantes la gestualidad y sobre todo las miradas. Realmente todo lo que podríamos saber de los sentimientos de Lucía y Juan apenas pueden ser intuidos por el muy interesante juego de miradas y, por lo tanto, de ocultamiento y desvelamiento sobre el que se sostiene la historia de la película.
Mucho más adelante, ya en los años noventas, se produce el reencuentro de Lucía y Juan. Obviamente los contextos han cambiado y la diferencia radica especialmente en Las historias personales de Lucía y Juan. Ahora ambos ya son profesionales asalariados y viven solos en los mismos espacios en los que antes habrían habitado con sus respectivas familias. Resulta muy emotivo el énfasis que se hace sobre la cuestión de la melancolía; por ejemplo, con el uso reiterado de la canción “Lucía” de Joan Manuel Serrat que funciona como eje principal entre los significados de cada tiempo. Si la primera temporalidad de la película resultaba un momento fundacional, la segunda está sobre todo recargada de una constante vuelta al pasado o necesidad de recapitular. Esto se hace aun mucho más efectivo por la constante comparación entre elementos del pasado que permanecen aún vigentes en el presente de la historia.
Así pues, Aunque tú no los sepas es una película aparentemente disfrazada de historia de amor que, sin embargo, nos inunda de otros sentidos: el paso corrosivo del tiempo y la formación de una experiencia maltrecha, tal como lo retratan las arrugas de Lucía y la constante melancolía de Juan; en un sentido narrativo podríamos abstraernos pues de todos los otros detalles y quedarnos con estas dos imágenes que puestas una frente a la otra crean toda la tensión necesaria que se supone que tendría que tener toda gran historia.
Si ya es complejo lograr que una historia en el cine sea mínimamente loable en tan sólo un tiempo narrativo, el gran mérito de Aunque tú no lo sepas de Juan Vicente Córdoba es que consigue manejarse de manera muy fluida y coherente entre dos tiempos distintos y entre los variadísimos elementos que deben corresponderse entre ambos tiempos. Ésta manera de plantearse la experiencia cinematográfica significa para el espectador un constante manejo de tensiones y de contrastes entre ambos tiempos; podríamos arriesgarnos a decir incluso que la enorme carga dramática de este film le sobreviene justamente de este simple planteamiento entre el constante cambio entre las escenas del pasado y las del presente narrativo. Tal vez la última escena no corrobore del todo lo mantenido en esta reseña pero aquello ya será de la opinión del espectador y al que escribe esto ya no le interesará la responsabilidad por sus errores.
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