Claudio Sánchez
Como antecedentes podemos mencionar un contexto específico en el que se va desarrollar el rodaje (ilegal y a escondidas) del documental: es la época previa a las Olimpiadas de Beijing 2008, donde, más allá de lo deportivo, la atención se centró en cómo se abriría China a la presencia de tanta prensa internacional que se desplazó para cubrir la cita mundial. El verdadero juego político estaba centrado en qué mostrar al mundo. La gran polémica comenzó cuando el ya tradicional recorrido de la antorcha olímpica empezó, ya que se trataba de una acción que no estaba iluminada de la alegría internacional, sino de grupos de activistas pro-Tíbet que intentaban apagarla como una forma de protesta. Los tibetanos encontraban en estas manifestaciones la posibilidad de decir al mundo que algo no estaba bien en la China olímpica, la China comunista, aquel país de la economía mixta que es aún un enigma para occidente.
En la película vamos a acompañar al grupo de jóvenes en su recorrido por el tren más alto del mundo, pero a diferencia de una guía turística donde se pondera lo simpático sobre lo real, en el documental de Panadero vemos una realidad diferente, que sin embargo se mantiene como aquello que quieren mostrar los documentalistas, sesgando la mirada sobre lo que es de su interés. El trabajo infantil, el control chino sobre la población tanto nacional como extranjera, el conflicto interno que sostienen con el Tíbet hace más de 50 años, todo esto se presenta desde un punto de vista que parece no entender el contexto, ni tampoco a lo que en verdad se están enfrentando. Es muy fácil señalar con el dedo lo que está mal y hacer reflexiones sobre la realidad ajena, pero quién puede decir lo que está mal y lo que está bien, ¿es acaso el documentalista un ser que puede acusar? La ética de los realizadores es uno de los cuestionamientos que permanece cuando Último tren a Lhasa termina.
En el documental seguimos desde una cámara oculta algunas situaciones que impactan a los realizadores, y por las dificultades que ellos tienen para poder captar ciertas imágenes se va reduciendo el panorama, que es más pequeño de lo que imaginamos desde que empezamos a adentrarnos en la historia personal de los jóvenes españoles (estos exploradores de realidades diferentes), un equipo que carece de la seriedad periodística, pero que sin embargo desde su crónica muestran al Dalai Lama y otros personajes del exilio como las únicas víctimas de un conflicto interno que no se presenta como algo completo, sino más bien como un fragmento propagandístico.
Vuelvo a la figura del Dalai Lama, ese hombre que parece mítico, ese personaje al que enaltecen en el documental desde el Tíbet y también en Barcelona. Ese hombre es el mismo que se reunió un tiempo antes de las Olimpiadas en la Casa Blanca de Washington D.C. con el entonces presidente de los Estados Unidos George W. Busch, aquel cretino que impulsó la invasión a Irak que mata a tantos niños, a tantos hombres y mujeres, generando una guerra de la que aún los aliados no pueden salir y en la que aún no se logra el objetivo: de la victoria final. Ese hombre que quiere la paz para su pueblo le da la mano a quien nunca quiso la paz en el mundo, y eso no se lo dice en Último tren a Lhasa.
La invitación a adentrarnos en una realidad desconocida es una de las propuestas del documental, y ante esto poco se puede decir. El cine permite que en el espectador despierte la curiosidad por un mundo que está más allá de lo que conocemos y sabemos. Desde su origen, el séptimo arte ha utilizado al ferrocarril como un emblema del desarrollo y el descubrimiento de nuevos horizontes: con La llegada del tren de los hermanos Lumiere, la presencia del ferrocarril sorprendió al público en general, por eso resulta interesante la propuesta de viajar a través de las montañas para abrir los ojos a un mundo que parece estar perdido en algún remoto lugar.
Último tren a Lhasa es una película que invita a pensar sobre una situación más allá de lo que se puede decir explícitamente dentro de la propuesta formal y su apuesta por documentar un viaje al corazón mismo del Tíbet. Como advertencia inicial el film nos dice: “Este documental muestra las impresiones recogidas por un grupo de 5 jóvenes españoles que viajaron en este tren” (de Beijing a Lhasa).
Como antecedentes podemos mencionar un contexto específico en el que se va desarrollar el rodaje (ilegal y a escondidas) del documental: es la época previa a las Olimpiadas de Beijing 2008, donde, más allá de lo deportivo, la atención se centró en cómo se abriría China a la presencia de tanta prensa internacional que se desplazó para cubrir la cita mundial. El verdadero juego político estaba centrado en qué mostrar al mundo. La gran polémica comenzó cuando el ya tradicional recorrido de la antorcha olímpica empezó, ya que se trataba de una acción que no estaba iluminada de la alegría internacional, sino de grupos de activistas pro-Tíbet que intentaban apagarla como una forma de protesta. Los tibetanos encontraban en estas manifestaciones la posibilidad de decir al mundo que algo no estaba bien en la China olímpica, la China comunista, aquel país de la economía mixta que es aún un enigma para occidente.
En la película vamos a acompañar al grupo de jóvenes en su recorrido por el tren más alto del mundo, pero a diferencia de una guía turística donde se pondera lo simpático sobre lo real, en el documental de Panadero vemos una realidad diferente, que sin embargo se mantiene como aquello que quieren mostrar los documentalistas, sesgando la mirada sobre lo que es de su interés. El trabajo infantil, el control chino sobre la población tanto nacional como extranjera, el conflicto interno que sostienen con el Tíbet hace más de 50 años, todo esto se presenta desde un punto de vista que parece no entender el contexto, ni tampoco a lo que en verdad se están enfrentando. Es muy fácil señalar con el dedo lo que está mal y hacer reflexiones sobre la realidad ajena, pero quién puede decir lo que está mal y lo que está bien, ¿es acaso el documentalista un ser que puede acusar? La ética de los realizadores es uno de los cuestionamientos que permanece cuando Último tren a Lhasa termina.
En el documental seguimos desde una cámara oculta algunas situaciones que impactan a los realizadores, y por las dificultades que ellos tienen para poder captar ciertas imágenes se va reduciendo el panorama, que es más pequeño de lo que imaginamos desde que empezamos a adentrarnos en la historia personal de los jóvenes españoles (estos exploradores de realidades diferentes), un equipo que carece de la seriedad periodística, pero que sin embargo desde su crónica muestran al Dalai Lama y otros personajes del exilio como las únicas víctimas de un conflicto interno que no se presenta como algo completo, sino más bien como un fragmento propagandístico.
Vuelvo a la figura del Dalai Lama, ese hombre que parece mítico, ese personaje al que enaltecen en el documental desde el Tíbet y también en Barcelona. Ese hombre es el mismo que se reunió un tiempo antes de las Olimpiadas en la Casa Blanca de Washington D.C. con el entonces presidente de los Estados Unidos George W. Busch, aquel cretino que impulsó la invasión a Irak que mata a tantos niños, a tantos hombres y mujeres, generando una guerra de la que aún los aliados no pueden salir y en la que aún no se logra el objetivo: de la victoria final. Ese hombre que quiere la paz para su pueblo le da la mano a quien nunca quiso la paz en el mundo, y eso no se lo dice en Último tren a Lhasa.
La invitación a adentrarnos en una realidad desconocida es una de las propuestas del documental, y ante esto poco se puede decir. El cine permite que en el espectador despierte la curiosidad por un mundo que está más allá de lo que conocemos y sabemos. Desde su origen, el séptimo arte ha utilizado al ferrocarril como un emblema del desarrollo y el descubrimiento de nuevos horizontes: con La llegada del tren de los hermanos Lumiere, la presencia del ferrocarril sorprendió al público en general, por eso resulta interesante la propuesta de viajar a través de las montañas para abrir los ojos a un mundo que parece estar perdido en algún remoto lugar.
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