lunes, 22 de noviembre de 2010

La escopeta nacional y el legado de Buñuel (crítica)



Luis Velasco

El cine español tiene dentro de su historia un estilo que se ha convertido en casi una marca registrada: el humor negro y la sátira. Si bien la mayor parte de sus películas las rodó fuera de España, el cineasta español que con mayor maestría ha sabido manejar esta narrativa fue sin duda Luis Buñuel, siempre cuestionando las tradiciones burguesas y los valores cristianos. El director de La Escopeta Nacional, el recientemente fallecido Luis García Berlanga, se adentra en esta temática con una película que pone en evidencia una clase que ya no se encuentra en decadencia, sino que ha caído por completo en costumbres de antaño, que ahora (situándonos en el contexto de la historia narrada en la película) dentro de una sociedad transformada totalmente, parecen ser nada más que hábitos ridículos.

Una reunión de cacería será el pretexto perfecto para reunir a algunas personas de buen nombre y de importancia dentro de la política y del clero. En este de por sí ya engorroso grupo, viene a caer un empresario catalán cuyo único interés es el vender porteros electrónicos, un claro ejemplo de la mentalidad progresista y tecnócrata que empieza a invadir la Europa de la época. Sin embargo, este personaje parece ignorar que si bien los encuentros de cacería fueron creados para hablar de negocios, estos son fruto de charlas muy privadas y lo más importante es guardar las apariencias. Jaume (o Jaime) es el empresario de porteros que financia la cacería, pero desde que llega se topa con que todos piensan que son los marqueses dueños de la finca los que la están haciendo, incluidos los mismos marqueses, por lo que tendrá que tragarse su orgullo y esperar que todo salga bien, cuando realmente todo comienza a ir de mal en peor. La misma naturaleza parece presentir al inicio de la película que algo fuera de lo común está pasando.

Da gusto encontrarse con una película que si bien es de comedia, es muy inteligente y aguda en su crítica, que a pesar de tener 3 décadas es muy refrescante en un momento cuando parece que el hacer comedia significa darse las licencias que a uno le plazca, cuando en realidad eso no es cierto. La narrativa hace recuerdo a clásicos de Buñuel como El Discreto Encanto de la Burguesía, pues ridiculiza a la clase alta, pero no desde una mirada externa, sino haciendo uso de su propio contexto con un personaje que es también parte de ellos y ahí la genialidad del director. Tiene una fotografía impecable aún cuando la iluminación como tal resulta un tanto plana pues el manejo de cámara es como una danza donde cada movimiento revela algo y al igual que el relato en su integridad, tienen un inicio, un desarrollo y un fin muy precisos, algo que también hace mucho recuerdo a obras del Maestro ruso Andrei Tarkovsky.

Berlanga fue sin duda un cineasta con una visión muy aguda de su realidad, pero no sólo eso, sino también alguien muy conciente de las posibilidades de su arte, y eso lo sitúa dentro del selecto grupo de los Grandes del Cine. No importa que haya sido ya mayor, es una pena que se haya ido.


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