Pedro Brusiloff
Podemos ennumerar temas tan exquisitos y amenos como la familia, la responsabilidad, la paternidad, lo irremediable de ser demasiado viejo, y aún así no sería suficiente para dar una idea del aburrimiento de la película de Cesc Gay Ficción. Aunque a veces podamos atisbar en el film el drama del hombre que se ve a sí mismo de acuerdo a sus roles sociales, de familia, profesión y edad; que no puede dejar de representar ni en su intimidad más soberana aquel rol que se impone públicamente, drama que acaso se encuentre exquisitamente planteado en la escena donde el protagonista observa un cuadro donde se representa el lugar y la cabaña donde él mismo está a punto de cenar; la promesa degenera en una especie de verborrea.
No pienso ser impaciente al afirmar que la película posee una lentitud aún superior a su trama: el drama de un hombre que atraviesa la crisis de los cuarenta; como dice textualmente un fragmento del diálogo que los personajes sostienen en su primera cena, el film consiste en conversaciones, diálogos con otros personajes que tienen la misma edad y una reflexión sobre ellos mismos, el momento que viven, sus crisis; y aunque el tema de la crisis puede a momentos destellar como una contradicción del deseo y la realidad, una ansiedad o agitación última de lo que se ha perdido por el hecho de ser algo , ese gesto de melancolía es narrado desde un personaje demasiado reconocible, demasiado melodramático a pesar de su timidez, demasiado carente de personalidad. Un personaje que parece , a mi juicio, un adolescente que patalea en el espíritu adulto contemporáneo de un cuarentón. Película ideal para un público mayor de 37 años que desee recordar con afectado intimismo las delicias de sus años colegiales, pero menos recomendable para menores de 37, que se sentirán invadidos por un honesto y nada gratuito sentimiento de otredad, proveniente de la impresión de haber entrado a la sala equivocada.
Pese a todo ello, sería injusto no rescatar un aspecto interesante del film: la imposibilidad de la escritura. El personaje, tan vapuleado en los anteriores párrafos, es un guionista de cine que viaja a Los Pirineos en busca de inspiración, soledad y recogimiento, pero fracasa rotundamente en su empresa, Alex no logra escribir una sóla página; antes de llegar a la primera cuarta parte de la película vemos, en una escena bastante trillada, unas hojas siendo arrastradas por el viento. Lo que se pone en juego no es tanto la imposibilidad de la experiencia o la renuncia al amor sino la dificultad de narrarlos, dificultad que parece devenir imposibilidad cuando, como se dijo antes, la imagen pública y los roles sociales intervienen impúdicamente en la privacidad de un personaje que, además de no poder escribir, debe soportar la aparición de toda su familia en su refugio de Los Pirineos. Persistencia impertinente de los deberes familiares, timidez de las pasiones, contacto con un adolescente interior y crisis de los cuarenta. Una película no apta para todo público.
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