Sebastián Morales Escoffier
La bicicleta de Sigfrid Monleon, narra las historias de tres generaciones diferentes. La primera nos presenta a un pre-adolecente que da sus primeros pasos como dealer, haciendo la labor de transportador de la droga. La segunda es un poco más positiva y cuenta la historia de una joven universitaria y de sus pequeños amoríos con dos jóvenes, ella es una apasionada por la bicicleta. En la tercera y última, vemos como una señora mayor combate para que el Ayuntamiento no derrumbe su casa en esta lucha encuentra al padre de su hija en un asilo para ancianos. Es fácil suponer cuál es el hilo conductor de estas tres historias tan disimiles: la bicicleta.
Por supuesto, la bicicleta no es sólo un recurso narrativo que permite juntar las historias que poco tienen que ver la una con la otra, sino que también es el elemento que permite a Sigfrid Monleon armar su discurso. ¿Qué es entonces la bicicleta?
Ante todo, y para cada uno de los personajes, la bicicleta se convierte por excelencia en el símbolo de la infancia. El medio de transporte se transforma, de alguna manera, en aquello que potencia la vida que no queremos dejar de lado, por más que ya no la podamos usar (como la señora mayor que es criticada por todos por andar en bicicleta a una edad no conveniente). Pero la bicicleta es algo más, es también la nostalgia de los tiempos pasados, de esas épocas mejores. Es ahí donde se encuentran las más bellas reflexiones de Monleon.
El director llama la atención al mal denominado progreso. Las ciudades crecen, las avenidas se hacen más anchas y finalmente, se da más prioridad a la máquina (el auto) que al individuo, el ciudadano ha sido desterrado de su propia ciudad, todo en nombre del desarrollo. Así, la historia de la señora es simplemente paradigmática, puesto que su lucha contra el Ayuntamiento es verdaderamente frontal. Este es el punto clave de la película: la bicicleta (como representante de lo humano) se convierte en un elemento de lucha en contra del progreso indiscriminado, que definidamente, no nos hace más felices.
Monleon juega entonces con la potencialidad que tiene la bicicleta como objeto simbólico: nos hace recuerdo que hay cosas que no podemos perder: nuestra infancia y por supuesto, nuestra cualidad como humanos. Pero así como la bicicleta puede ser robada tan fácilmente y causar tanta angustia como nos lo muestra De Sica en El ladrón de bicicletas (referencia ineludible de la película española), podemos perder nuestra infancia y nuestra cualidad de humano, ante el progreso entendido como un fin en sí mismo. De este modo, el director nos invita a tomar las bicicletas y salir a las calles en ellas, pues, como dice uno de los personajes de la película: “el pedalear te lleva a la infancia, es como volar”.
Por supuesto, la bicicleta no es sólo un recurso narrativo que permite juntar las historias que poco tienen que ver la una con la otra, sino que también es el elemento que permite a Sigfrid Monleon armar su discurso. ¿Qué es entonces la bicicleta?
Ante todo, y para cada uno de los personajes, la bicicleta se convierte por excelencia en el símbolo de la infancia. El medio de transporte se transforma, de alguna manera, en aquello que potencia la vida que no queremos dejar de lado, por más que ya no la podamos usar (como la señora mayor que es criticada por todos por andar en bicicleta a una edad no conveniente). Pero la bicicleta es algo más, es también la nostalgia de los tiempos pasados, de esas épocas mejores. Es ahí donde se encuentran las más bellas reflexiones de Monleon.
El director llama la atención al mal denominado progreso. Las ciudades crecen, las avenidas se hacen más anchas y finalmente, se da más prioridad a la máquina (el auto) que al individuo, el ciudadano ha sido desterrado de su propia ciudad, todo en nombre del desarrollo. Así, la historia de la señora es simplemente paradigmática, puesto que su lucha contra el Ayuntamiento es verdaderamente frontal. Este es el punto clave de la película: la bicicleta (como representante de lo humano) se convierte en un elemento de lucha en contra del progreso indiscriminado, que definidamente, no nos hace más felices.
Monleon juega entonces con la potencialidad que tiene la bicicleta como objeto simbólico: nos hace recuerdo que hay cosas que no podemos perder: nuestra infancia y por supuesto, nuestra cualidad como humanos. Pero así como la bicicleta puede ser robada tan fácilmente y causar tanta angustia como nos lo muestra De Sica en El ladrón de bicicletas (referencia ineludible de la película española), podemos perder nuestra infancia y nuestra cualidad de humano, ante el progreso entendido como un fin en sí mismo. De este modo, el director nos invita a tomar las bicicletas y salir a las calles en ellas, pues, como dice uno de los personajes de la película: “el pedalear te lleva a la infancia, es como volar”.
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