domingo, 5 de diciembre de 2010

Sobre Tapólogo de Gabriela y Sally Gutiérrez Dewar (critica)




Pablo Lavayén



Ciertas reflexiones deben anteceder a una reseña sobre los films documentales. Sucede que se puede argumentar la autonomía del valor estético de un film de ficción pero en el caso documental la cosa se complica. Específicamente hablamos del film Tapólogo de Gabriela y Sally Gutiérrez Dewar. Tomemos un ejemplo cercano. El año pasado el movimiento “Mujeres Creando” presentó un documental sobre el maltrato de mujeres. No se puede dejar de decir que la camarógrafa no pudo ni leer el manual de su propia cámara. ¿Eso es tan importante? En este caso sucedió que no, pues a pesar de la pedestre camarografía, se pudo trazar la vida de dichas mujeres de manera intensa y casi dolorosa. En realidad habría que pensar en la capacidad performativa del film, es decir, su potencial de transformar la realidad. El documental es siempre una interpelación al espectador. Y como todo, debe ser pensado desde aquello de específico que tiene.


En el caso de Tapólogo se narra la situación de las mujeres enfermas de VIH en África. A primera vista podemos ver que la calidad de la propuesta fue cuidada muy detalladamente. Veamos cómo es que funciona este documental. A grandes términos, el trabajo visual se divide en dos: la contextualización y el rostro humano. Comienza con la visita a una mujer en estado casi terminal. La visitadora la alimenta. Y como en el famoso cuadro de Van Gogh, los espectadores podemos saber mucho sobre ella al observar su habitación. Entonces, ya sabemos por donde transcurre el resto. Luego están los testimonios y las escenas de la vida en la villa. Esto último es esencial pues ya no sólo sabemos acerca de una persona sino de la comunidad entera: y luego, de la condición humana.


Lo más recurrente: las escenas de testimonios. La condición en general del rostro siempre debe ser pensada como algo separado al cuerpo. Hasta casi podríamos decir que no importa demasiado lo dicho, sino lo gestual, los movimientos del rostro. En cierto momento esto se hace evidente en el film, pues al conversar sobre las mujeres que ofrecen voluntariamente sus cuidados, tan sólo se las expone una a una filmando el rostro y la luminosidad de su valentía resulta demasiado evidente. Y sin embargo, habría que decir que es complicado salir de estos dos elementos pues la estructura del documental (a pesar de dividirse en dos capítulos) resulta casi caótica y confusa. Si bien detenerse en un rostro hace mucho, no tanto así enfocar una botella de cerveza cuando ya antes supimos el problema del alcohol en la comunidad. Entonces, el problema de la puesta en escena es que se conforma con describir una situación desde una visión muy general. Y ahora sí podría decirse la importante de la narratividad en los documentales, donde no resulta suficiente la visión panorámica. De ahí que Tapólogo pierde un tanto su capacidad de comprender lo que filma. Si se habrá de poner en escena algo tan urgente, terrible y desesperanzador, el cineasta debe primero sufrir lo que ve y después recién proyectarlo. Lo otro ya se ha hecho hasta el hartazgo.


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