Sebastian Morales
Bajo la provocadora tesis de un nuevo orden mundial en el cual se divide el mundo entre los países cristianos y musulmanes –separados no sólo por un muro simbólico, sino también por un nuevo muro de la infamia que se alza entre las “fronteras” de Israel y de Palestina– nace la necesidad del director español Larry Levene de comprender ese mundo que está tan cerca pero al mismo tiempo tan lejos de las propias fronteras españolas. En su film César y Zain, Levene , a partir de esta constatación, decide hacer una especie de intercambio de familias entre dos jóvenes universitarios , uno proveniente del mundo Islam y el otro del mundo occidental.
La necesidad de hacer este intercambio viene sustentada por la segunda tesis que nos propone el autor: comprender lo que está más allá de cada lado del muro es el primer paso para poder quebrarlo. Se hace aquí imprescindible una reflexión sobre la globalización: si bien es ésta la culpable del resurgimiento de reivindicaciones culturales fundamentalistas y, por tanto, uno de los elementos que componen este nuevo orden mundial, Levene constata que un encuentro de este estilo en un mundo no globalizado sería irrealizable. Tenemos pues, las dos caras de la moneda: en un primer momento la globalización amenaza con destruir toda diversidad cultural en el mundo, pero al mismo tiempo posibilita encuentros “multiculturales”. Enorme paradoja del mundo post-moderno.
La tercera tesis que nos propone Levene en un estilo cercano al reportaje o al menos al documental antropológico, es la constatación de que tal vez las diferencias religiosas que han dividido el mundo en dos partes casi inconciliables esconden en los inicios del siglo XXI simplemente anhelos económicos: el islam, la imagen del mal para el mundo moderno, es suficiente excusa para que los países modernos se lancen en una verdadera guerra santa: los medios crean “el mal “y posibilitan al mismo tiempo el éxito del terrorismo (no por nada el film empieza con imágenes del S-11 y el ataque a los trenes de Madrid).
El film busca quebrar ese muro imaginario para encontrar puntos en común, pequeños acuerdos que sustenten una cuarta tesis que se plantea en la película: las divisiones son efectivamente imaginarias. Así pues, Levene decide usar un montaje paralelo, con la intencionalidad de comparar las experiencias de las dos personas, para así poder comprender de qué se trata realmente este abismo, para llegar a la simple y llana conclusión que si bien son mundos diferentes, es posible encontrar lineamientos comunes: “nada de lo que es humano me es ajeno”, diría Vico.
La necesidad de hacer este intercambio viene sustentada por la segunda tesis que nos propone el autor: comprender lo que está más allá de cada lado del muro es el primer paso para poder quebrarlo. Se hace aquí imprescindible una reflexión sobre la globalización: si bien es ésta la culpable del resurgimiento de reivindicaciones culturales fundamentalistas y, por tanto, uno de los elementos que componen este nuevo orden mundial, Levene constata que un encuentro de este estilo en un mundo no globalizado sería irrealizable. Tenemos pues, las dos caras de la moneda: en un primer momento la globalización amenaza con destruir toda diversidad cultural en el mundo, pero al mismo tiempo posibilita encuentros “multiculturales”. Enorme paradoja del mundo post-moderno.
La tercera tesis que nos propone Levene en un estilo cercano al reportaje o al menos al documental antropológico, es la constatación de que tal vez las diferencias religiosas que han dividido el mundo en dos partes casi inconciliables esconden en los inicios del siglo XXI simplemente anhelos económicos: el islam, la imagen del mal para el mundo moderno, es suficiente excusa para que los países modernos se lancen en una verdadera guerra santa: los medios crean “el mal “y posibilitan al mismo tiempo el éxito del terrorismo (no por nada el film empieza con imágenes del S-11 y el ataque a los trenes de Madrid).
El film busca quebrar ese muro imaginario para encontrar puntos en común, pequeños acuerdos que sustenten una cuarta tesis que se plantea en la película: las divisiones son efectivamente imaginarias. Así pues, Levene decide usar un montaje paralelo, con la intencionalidad de comparar las experiencias de las dos personas, para así poder comprender de qué se trata realmente este abismo, para llegar a la simple y llana conclusión que si bien son mundos diferentes, es posible encontrar lineamientos comunes: “nada de lo que es humano me es ajeno”, diría Vico.
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