La cámara – la mirada – insiste en que el cine es una aventura. Airamppo no es solamente semilla que tiñe. La película de Miguel Valverde y Alexander Muñoz muestra el tejido desde la primera hebra, desde el primer cuadro: el viaje. No se trata, en este caso, de ocupar la butaca sino de abandonarla: la cámara, como nosotros, recorre. El espacio: un taxi a Totora. No vemos solamente una historia sino el proceso que la produce: el cine para Airamppo es, literalmente, un viaje a otro lugar. El espectador es, entonces, también el cineasta: todos corremos el riesgo de quedarnos sin película si es que el taxista se rehúsa a llevarnos a Totora. La ilusión se rompe a favor del viaje: se nos dice, insistentemente, que estamos viendo una película y su proceso, que somos, también, parte de la ficción.
Airamppo, cebolla que se pela, está llena de pliegues. La imagen se multiplica, nos convertimos en Sabinas: el viaje comienza ahí donde las miradas son las tijeras que recortan la escena. Estamos tentados de ver Airamppo como la puesta en escena de un sentido simbólico: éste llega –viaja - hasta nosotros. Los pliegues de la película podrían pintar cuadros que concentren y produzcan, como símbolos, sentidos solapados y no literales. La insistencia en el viaje, sin embargo, nos desplaza literalmente. Airamppo entonces, también pinta la escena literalmente: las imágenes de la película nunca aburren porque se construyen como instantes, y no símbolos, perfectos, embarazados de un sentido que nos es imposible articular al salir de la sala.
La cámara sigue insistiendo. La mirada en Airamppo opta por quebrar la unidad del cuerpo y discurrir en escenas que nos enfrentan a su artificialidad literalmente. El tejido no corre: la película es una geografía accidentada que prefiere armarse de pliegues. Don Silverio Moro, alcalde fantástico de Totora, es uno de los pliegues. La historia se quiebra temporalmente cuando don Silverio estaciona el tiempo y la cámara se detiene en cuadros más parecidos a las fotografías. El instante es un artificio: don Silverio mira a la cámara, ésta frena el paso, acentúa el gesto, las arrugas, los pliegues de la piel. El cuerpo de la historia también se pliega en los insistentes retratos del pueblo de Totora. El tono documental se desplaza ya no hacia el encuentro con una situación acabada antes de que la cámara la elija.El tono documental, en el caso de Airamppo, apuesta a la pintura elaborada y artificiosa de retratos de Totora y los totoreños: la cámara no se detiene en la casualidad: la película prefiera ir construyendo el artificio – ficcional – de la situación real.
Airamppo, tejido que no termina de tejerse, reinvindica la vocacion del cine como experiencia y artificio. Airamppo, una película para abrir la tripa, pelar cebollas y emprender el viaje.
Mary Carmen Molina Ergueta
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